Capítulo 5
Se habían divido las naves y a Nel le habían tocado las cinco más pequeñas.
Escondidos en distintos puntos estratégicos del puerto, junto a él estaban Scota, Glas, Sru y su gente.
Algunos portaban víveres. Pero todos iban preparados para la posible contienda con sus ropas de combate y el rostro pintado.
Tenían las armas en la mano, sus escudos sobre los hombros, y esperaban su aviso para realizar el abordaje.
Nel observó a los centinelas que custodiaban las naves del faraón y su posición.
Había dos vigías por cada barco y otro par en la orilla que paseaban de un lado a otro del puerto para comprobar que todo transcurría con normalidad.
Escuchó a las gaviotas graznar por encima de sus cabezas, el agua chocar contra la orilla.
Se giró hacia los hermanos israelitas que se ocultaban tras unos sacos. Era el momento de la despedida.
—Amigo, espero volver a verte en esta vida o en la otra —susurró tendiéndole el brazo de modo fraternal.
Moisés respondió a su gesto y tiró hacia él para así poder abrazarlo.
—Que tus dioses y los míos te bendigan, Nel, sabio de la Torre de Nimrod[1], gran erudito y versado en todas las lenguas —palmeó su espalda—. Tu túath siempre será bienvenida entre mi tribu.
—Ha sido un honor luchar a vuestro lado —asintió él a su vez.
Aarón también se acercó.
—El honor ha sido nuestro —dijo el sacerdote antes de estrecharlo también entre sus brazos—. Sin ti no hubiéramos logrado sobrevivir. —Luego lo separó y apoyó la frente en la de Nel—. Bendigo a todos tus descendientes para que encuentren una tierra próspera donde fundar su propio reino, amigo mío.
—Gracias, druida —respondió.
Glas imitó a su padre y, emocionado, se despidió también de sus compañeros.
A partir de ese momento, cada uno se labraría su destino. O bien todos morirían a manos del faraón, o ese día las dos tribus comenzarían a trazar de nuevo su historia.
Y puede los dioses estuvieran de su parte, pero eso no los salvaba de un posible desastre.
Esperó a que los vigías del enemigo caminaran en dirección opuesta a ellos para dar la orden a sus saqueadores de iniciar la incursión.
Al cabo de un rato, cuando ya casi no los distinguían, hizo la señal.
Con el corazón latiendo a gran velocidad, los vio deslizarse con cuidado por el puerto de madera para luego meterse en el agua y saltar hacia las largas naves. Cortaron el cuello de los vigías con una limpieza y en un silencio exquisitos, antes de depositarlos en el suelo del barco.
Debían hacer el menor ruido posible si no querían que alguien los avistara desde la muralla y diera la alarma a los guerreros del faraón.
Nel apretaba los puños en tensión y solo cuando los saqueadores hicieron un ademán, abrió las manos con calma y se giró hacia su mujer.
Scota comprendió y, seguida por un tercio de su túath, fue la primera en ir por la pasarela hacia la primera nave.
Un escalofrío recorrió su espalda y, nervioso, se aproximó a Glas.
—Somos demasiada gente en el puerto —señaló. Estaba a punto de amanecer, no habían ni llegado las embarcaciones del comercio—. Id detrás y matad a los vigías que fueron a controlar el final del muelle.
Su primogénito emprendió el camino dispuesto a cumplir con su mandato.
Le vio avanzar de modo sigiloso, seguido de otra parte de su clan. A medio camino sacaron sus armas, espadas y hachas, antes de introducirse con cuidado dentro del agua.
Los israelitas también habían decidido empezar, y su líder, Moisés, indicó a su gente que le siguieran hacia la otra parte del embarcadero, hacia las otras naves.
Nel levantó una mano a media altura para indicar a los guerreros que se habían quedado rezagados, con él, que no se impacientaran. Tenían que esperar y cubrir la retaguardia.
Glas y Sru se sacaron de en medio a los vigías que quedaban, y luego subieron hacia sus barcos. Les estaba llevando un buen rato, pero por suerte, Scota casi había terminado ya.
Solo quedaban él y su grupo.
Miró hacia un lado, luego al otro, y tras asegurarse de que nadie los veía, ordenó que lo siguieran.
Caminó agachado, con su túath detrás, y al llegar a la orilla indicó a cinco de sus guerreros que fueran primero para así echar una mano a los demás.
No quedaba mucho tiempo para que el sol ascendiera en lo alto, anunciando un nuevo día, y con la luz podrían avistarlos desde la torre vigía o la muralla. Debían apresurarse.
Glas y Scota estaban preparados, con todos a bordo. Solo faltaban ellos.
Intentó apremiar al grupo, pues el sol ascendía rápido y cada vez había más claridad. Pero con los nervios y el apuro alguien tropezó y se aventuró al agua.
Nel maldijo. Lo atrapó por la camisa para ayudarlo a salir. Extendió el brazo y tiró de él con fuerza para que no se quedara atrás.
Estaba agarrando de él, casi ya en la orilla, cuando, a lo lejos, escucharon el estridente eco de un cuerno cuyo sonido resonó en toda la cala.
¡Era la alarma que avisaba al faraón y su hueste! ¡Los habían visto!
Se irguió con el hombre sujeto a su brazo y lo empujó hacia dentro del barco antes de echar a correr.
— ¡A las naves! —vociferó—. ¡Levantad amarres!
No había tiempo para ser meticulosos. Debían partir en ese instante, ¡ya! El faraón no tardaría nada en llegar con sus hombres.
O izaban el ancla, o pronto se convertiría aquello en una masacre.
[1] Torre de Nimrod: según el manuscrito Leabhar Gabhála (Libro de las Invasiones Irlandesas) y el libro Los orígenes celtas del reino de Brigantia, sería la presunta Torre de Babel.
Famtàstico ! Magnifico aperitivo de Sangre y ceniza
¡Gracias! Pronto habrá noticias de la primera novela… ¡Queda poco!