A veces quiero evadirme y dejo de escribir durante días.
Suele ocurrirme cuando estoy en medio del proceso creativo, de construcción de mi mundo o de algún detalle que me falta para enriquecer la trama de una escena concreta.
Llevo tantas jornadas intensas de escritura sin salir de casa, que necesito despejarme y buscar nuevas fuentes de inspiración.
¿Y como logro motivarme para despertar a la imaginación?
Pues no te lo vas a creer, pero en esas situaciones, lo único que me ayuda es el volver a la cotidianidad.
La importancia de los pequeños detalles.
Si no consigo avanzar en la novela, tengo que salir al aire libre y conectar con lo verdadero.
A veces me llega con bajar a la calle, poner los cascos en mis oídos y caminar con la música a volumen alto. Deambulo un buen rato mientras me pierdo en mi memoria, en esas historias a medio construir.
Reproduzco acciones que me devuelven a la realidad. Entrar en una librería, coincidir con la gente, apreciar el cambio de temperatura en tu cuerpo, en tu piel. Percibir sensaciones que evoquen nuevas escenas en mi cabeza.
¿Por qué? Pues por una razón fundamental.
Para que un lector adquiera esa suspensión de incredulidad, hay que dotar al universo de ciertos detalles que lo hagan parecer más real.
Y para lograrlo no puedes despegarte de los elementos que enriquecen un recuerdo. De aquellos que, aunque no lo parezcan, son los que dan vida al momento. En definitiva, hay que rellenarlo con ingredientes que lo hagan creíble.
¿Y cómo se nos ocurren a los escritores este tipo de escenas?
Pues con gestos sencillos, a veces imperceptibles, pero que te introducen en la trama de una manera encantadora y sin darte cuenta.
Puede surgir gracias a una canción que te gusta y que suena en un lugar extraño. O a la decoración un tanto meticulosa de la mesa de un restaurante. Fácil. Simple. Espontáneo. Una casualidad que despierta ese clic que se convierte en un pequeño gran detalle para la motivación, y que te orienta de modo mágico hacia la imaginación.
¿Quién no ha sonreído tras hacer una gamberrada? ¿O acaso no te emocionas con la coincidencia maravillosa de dos personas que se cruzan y se dedican una mirada? Los gestos, las emociones. Esas interacciones.
Una frase adecuada del dueño de la tienda en la que recoges el pan. Alguien que se olvida de un abrigo en un bar. Tal vez la vecina en el ascensor que te hace un comentario de la forma más curiosa.
Es el día a día. Acciones sinceras. Elementos que engrandecen cualquier acción mundana y que dotan a tu historia de más veracidad.
Mi querida Maite, me he sentido muy identificada con tu «Mapa emocional». Me gusta que compartas este tipo de post más personales, que hablan tanto de ti (que eres una personita fantástica).
Suerte y ánimo con esa escritura.
¡Muchísimas gracias, Miriam! Me alegra saber que estos «Mapas Emocionales» captan vuestra atención.
Un abrazo enorme.