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lunes, 19 febrero 2018 / Publicado en Relatos, Sangre y ceniza

Sangre y ceniza

Sangre y Ceniza

Capítulo 6

Los hombres del faraón corrían con las armas hacia ellos.

—¡Gaedheal, parte ya! —ordenó Nel, llamando a su hijo por su nombre completo.

Gaedheal Glas, que también se había fijado en los guerreros enemigos, se giró hacia su hermano con preocupación.

—¡Sru! Reza a los dioses para que nos saquen con vida de este maldito puerto. 

El otro hijo y también druida del clan de Nel, se acercó a la proa y extendió los brazos al cielo.

—¡Iza las velas, bratháir!  —exclamó, nombrando a su consanguíneo como en la lengua antigua—. Los dioses nos empujarán con su aliento.

Gaedheal Glas, espada en mano, cortó las cuerdas que aun amarraban el barco.

—¡Vámonos! —gritó su primogénito mientas apoyaba los remos contra el muelle para empujar la embarcación y así alejarse de la orilla.

Nel se dirigía hacia el navío de Scota, cuando decenas de flechas flamígeras comenzaron a caer sobre sus cabezas.

El faraón había llegado con sus soldados y tal era su maldad, que prefería quemar las embarcaciones antes de que ellos se la llevaran.

—¡Scota, los escudos! —advirtió a su mujer, que había sido la primera en atreverse a navegar, y se estaba alejando de la orilla.

Tanto Scota como su hijo le hicieron caso y alzaron las corazas, formando una pequeña muralla sobre la cubierta que los protegía del ataque.

Todo se estaba desmoronando, y en un rato la furia del egipcio caería sobre sus espaldas y prendería fuego a los barcos con su gente dentro.

A cierta distancia, Aarón había saltado del barco y, seguido de algunos de sus mejores hombres, subió la pequeña pendiente para ir al encuentro del enemigo.

Nel prefirió no perder tiempo. No iría a buscar la muerte a propósito.

—¡Gaedheal! —volvió a advertir—, ¡sigue a tu madre!

Gritó antes de desenvainar su espada y cortar una de las cuerdas que liberaban la nave que quedaba. Luego apoyó las manos en la embarcación y le dio un fuerte empujón para que se hiciera de una vez por todas a la mar.

Les iba a dar alcance. El faraón estaba a punto de atraparlos. Y a él le quedaba embarcar.

Alguien sacó entonces por la borda un tablón de madera, y sin pensarlo, dio un brinco, saltó arriba, y cruzó hasta la nave.

Cayó hincando una rodilla en el suelo, mientras numerosas flechas sobrevolaban el cielo.

—¡Remad, gaedhil! —exclamó al ver cómo un puñado de egipcios se lanzaban hacia la pasarela y otros tantos saltaban para engancharse al costado de la embarcación.

Tuvieron que dividirse en dos grupos, uno para luchar contra los que alcanzaron la cubierta, otros contra los que todavía trepaban para subir.

Alguien agarró su tobillo y a punto estuvo de perder pie. Nel asió el arma con las dos manos y clavó la punta en la espalda del enemigo, hasta que este lo soltó y, rodando sobre sí mismo, cayó al mar, agonizando de dolor.

Quiso recuperar el aliento, pero dos egipcios fueron en su captura, así que giró la espada en el aire y se colocó en posición.

Esperó. Y justo cuando iban a darle alcance, Nel se agarró a una de las cuerdas de las velas que colgaba sobre su cabeza, tomó impulso, y les dio una patada que los lanzó al agua.

—¡Retirad la pasarela! —clamó.

Justo en ese instante, el faraón llegaba a la orilla y buscaba desesperado cómo llegar hasta ellos.

Entre él y algunos de sus guerreros, fueron a quitar la madera que había servido de puente.

—¡Remad! —vociferó con el corazón encogido—. ¡Remad!

Había que aprovechar el desconcierto de su contrario para intentar escapar cuanto antes.

Quedaba poco, tan solo necesitaban alejarse un poco más y se verían a salvo.

—¡Remad fuerte, pueblo gaedhil! —repitió casi sin voz.

Corrió hacia proa para ver cómo las naves de Moisés y Aarón partían por la costa. En cambio, Scota y Gaedheal Glas se abrían camino en la otra dirección, hacia el enorme océano. 

Estaban tomando distancia, por fin ¡Estaban cerca de conseguirlo!

—¡Seguid el rumbo de nuestras naves! —dijo, indicando la trayectoria.

Comenzaron a alejarse. El navío avanzó rápido, dejando el puerto y al líder egipcio atrás que, junto a sus hombres, alzó la mano con su hacha en aullido de furia al comprobar que se escapaban.

¡Lo habían logrado! Y Nel, eufórico, lanzó un grito al aire que retumbó contra el del faraón, y que fue respondido de igual modo por toda su gente. 

Luego, con una sonrisa en los labios, contempló el agua inmensa que se extendía ante ellos, tal como Dagda le mostró aquel día en su visión, y recordó las palabras de su dios:

«Y en esa tierra, se construirá un reino que liderarán tu hijo y los hijos de este, y por eso su nombre será el de Gaedheal.»

Próximamente…

 

 

Etiquetado con: celtas, fantasía, fantasía celta, Gaedheal, Sangre y ceniza

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